domingo, 22 de febrero de 2015

CUARESMA, la cruz que abraza



CUARESMA
         Los cielos fluyen con naturalidad. Dan señales a lo largo de los tiempos. Mantener los ojos abiertos no deja escapar ningún signo que nos ayude a no distraernos y así, ajustar el paso a lo  que la Divina Sabiduría derrama. Hay un tiempo para la siembra y otro para la cosecha, y entre ellos baila la providencia y riega el brote que nace entre ambas.
         Infinidad de llamadas abren brechas de luz y despiertan lo que permanece oculto.
         Así como la vegetación se manifiesta diferente en cada época del año y los pájaros emigran o regresan en los tiempos marcados por su ritmo interior, también el hombre tiene un tiempo para nacer y otro para partir, y en el transcurso de ese lapso crece lo que roza ambas costas. Nunca se detiene. El equilibrio subsiste, según tengamos la escucha abierta para sentir las enseñanzas  que nos guían.
         El proceso se dispone ante la señal. El calendario marca el comienzo de la liturgia que corresponde a eso que se gesta. Así es como  las cenizas abren el espacio que ahueca la realidad para que el interior traspase lo cotidiano y comience el retiro. La búsqueda de desierto que deje sentir el llamado a reforzar la mejor parte de nosotros mismos.  
         “Acuérdate de que eres polvo y al polvo has de volver” (Genesis 3,19). Y más adelante dice “Arrepiéntete y cree en el evangelio” (Mateo 1,15)  (1)
         Llamado a retornar a ese mundo interior, que necesita ser visitado, aunque más no sea en esa época de nuestro peregrinaje.
         Liturgia, sí, gestos que trasuntan simbólicas de las creencias con que queremos identificarnos. Romper las sombras, como rasgar un telón que no deja entrar la luz que trae la sabiduría. El llamado invita a entrar en la propia  casa interior para ponerla en orden. Llenar de flores el altar, encender las lámparas para esperar al Novio que se ofrece, una vez más, como  cordero del sacrificio para devolvernos la casa tomada por el pecado que siempre nos persigue. En sus brazos atravesar la luz que cubre esa otra luz, en la que habita el Padre. Ceder al impulso de ser rescatados, para que en el ofrecerse con Él y en Él, gustemos su amor que todo lo hace posible.



(1) Miércoles de Ceniza (inmediatamente anterior al primer domingo de Cuaresma) se realiza el gesto simbólico de la imposición de ceniza en la frente de los fieles católicos. Esta ceniza representa la destrucción de los errores del año anterior al ser éstos quemados. La ceniza  proviene de la quema de los olivos del Domingo de Ramos último que, después de ser bendecidos, son colocados en cruz en las frentes de los presentes, para simbolizar la conversión, que es la nota que  dominará toda la Cuaresma.



                                  
                                                                  fotografía y texto de     Moni Indiveri de Vega

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