Al abrir el diario se sumergió en los titulares de la primera plana buscando la forma de seleccionar qué leer. Sin
encontrar lo que realmente buscaba, tomaron vida escenas del pasado y se
pusieron de pie en la mente. Al verse desde otro lugar sintió pena, mucha
bronca y por qué no reconocerlo, hastío.
Pocas
palabras deshilvanadas abrieron interrogantes. Cerró el diario y miró el reloj. Un calambre desde la cintura hasta el cuello, enderezó
su espalda bruscamente. Como marcadas a fuego, bordadas las demandas internas.
Dejó de tenerse lástima. Su propia condescendencia, lo había ayudado a ser tan
mezquino. Su caudal de ternura se fue afinando como una hebra, hasta
cortarse. La actitud la percibió como una provocación o un estímulo a su deseo de
hacer sufrir. Sintió tristeza no solo por él, también por ella.
Se
recordó carente del amor femenino apenas nacido, de las voces necesarias para su propio crecimiento. Sin la caricia de sus manos tampoco su voz
ni su mirada. Como si nadara en aguas tibias, girando y girando sujeto de un
cordón, a través de la piel que lo contenía. Creció con lo
que le pudieron dar. Llenó los huecos solitarios de su camino para ser hombre. Mucho
después la conoció, recibiéndola como si ella le pudiera dar todo lo que no
había tenido. Fue feliz, pero el cordón se cortó nuevamente. Estaba otra vez nadando solo en el
mar de la vida,
fotografía de José Vega
texto de Moni Indiveri de Vega
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