fotografía de José Vega
Estrangulado por la noche, el paisaje desaparece, pero está. Ni una mínima parte ha perdido su forma.
¿Qué oscuridad ha dormido la mente de
los hombres? ¿Dónde permanecen las enseñanzas de Aquél que, hasta dio su Vida
por nosotros?
¿Quiénes dibuja en las mentes palabras
de confianza para que los corazones no sean de piedra?
Si la piedra no se des-hace, imposible
mojar lo que permanece en su interior. Sólo talla su periferia el roce del agua
en la que nos sumergimos, pero no transforma lo necesario.
¿Se puede ver el pensamiento con los
ojos? ¿Lo podemos moldear con las manos? Imposible, sin embargo existe.
No hay
hecho, bueno o malo, que no haya anidado en el pensamiento antes de nacer a la
luz. Ni se ejecutó obra alguna sin haber sido antes concebida por la
inteligencia.
Todos pedimos justicia, aunque ella no
se vea. Sabemos de lo que hablamos cuando clamamos por ella. Pero no hay
justicia si no nace primero en las profundidades del ser, si hemos cortado el
hilo que nos une con el Supremo Amor que rige nuestras vidas.
Somos libres de optar, en cada
bifurcación del camino. A pesar de no saber a dónde nos lleva cada uno.
Somos libres para optar, pero sin pedir
la luz que viene de lo alto, la elección puede ser la errónea.
Lo más grande y querido resulta oscuro
y silencioso para los sentidos. Dichosos los que han creído sin haber
visto, dice el Evangelio según
San Juan 20-29.
Si no acallamos los sentidos ni nos
apartamos un poco de nosotros mismos, jamás seremos creyentes. En ese caso ni
siquiera un milagro nos conducirá a la fe.
Nuestros ojos podrán ver algo y las manos podrán palpar alguna cosa;
pero el alma quedará prisionera en nuestra propia oscuridad. No podrá ver a ese
Alguien.
Sólo el amor nos lleva a la fe, y la fe
al amor, porque ambos nos conducen afuera de nosotros mismos. La razón nos acompaña
hasta la puerta, pero no nos puede dar la llave que la vuelva a abrir, cuando
se cierre.
Si deseamos llegar más allá, que nos
guíe la Fe.
Que sólo ella tenga la llave de nuestra
casa. (1)
(1) Se puede leer el cuento CASA TOMADA, de Julio Cortazar para recrear esta meditación.
Moni Indiveri de Vega
(inspirada
en un texto de 1968 de Juan Albanese)
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