Era la hora . . .
Con su tierna cabeza empujaba las puertas de seda carmín. Había que abandonar el nido acuoso, esa dulce sensación de flotar.
El amor llegaba a raudales junto a la sangre materna que lo alimentaba. Su misión era nutrirse. . . llegar a ser.
Eran un todo, criatura y madre, en el esfuerzo de separarse.
Para ella, como si una parte suya se le fuera entre las piernas.
Para el niño, un oscuro túnel que lo invitaba a salir a la luz.
El esfuerzo interminable de crecer.
Dejó de estar contenido en las paredes internas del cuerpo para recostarse en el pecho tibio que trabajaba para alimentarlo.
El latido del corazón, la música que lo había acunado día y noche, se sentía más lejano, pero inconfundible para él.
La mirada de aquellos seres que le dieron la vida lo acariciaban con ternura. Lágrimas de plenitud rodaron por sus rostros, llegando a mojar al niño.
La contención y el amor lo ayudaron a ser un poquito más.
El tiempo lo fue haciendo, cada vez más independiente . . .
El reclamo con el llanto
la mirada devuelta
el movimiento de sus manos
la sonrisa que asoma
y, después, tanto más.
Señor, qué maravilla el peregrinar haciéndonos.
Llegar a ser uno mismo, para fundirnos en tu amor.
fotografía de José Vega
texto del libro VOCES DEL ALMA
de Moni Indiveri de Vega
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