En
la boca de ella navega el trozo de frutilla. El rojo atrapado en la pulpa le
tiñe los labios. Toma otra frutilla. Los ojos en los ojos. Su mano busca la
orilla de esa otra boca. Acaricia los bordes antes de entregarle el fruto,
mientras una gota de su jugo resbala por su comisura. Él la contiene en el beso
suave que arrastra el color. No registran el paso del tiempo. La eternidad ha rozado
las costas de lo que no ocupa lugar.
fotgrafía y micro relato de Moni Indiveri de Vega
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