El estaba en el jardín. Era media noche
y la luna nueva iluminaba. Las luces de la
casa eran remotas, pero no por ello
disipaban una tumultuosa curiosidad que crecía.
Paulatinamente se fueron
apagando. Las conciencias fueron invadidas por el sueño,
pero sus cuerpos allí
estaban. Siguiendo un
impulso, buscó saciar su curiosidad,
¿por qué la luz que estaba junto a la
fuente permanecía prendida? Llegó hasta allí.
Apoyado en la punta de sus pies
estiró su cuerpo cuanto pudo sostenido en el marco
de la ventana, lo
ayudaron. Sus ojos llenos de incertidumbre, recorrieron con avidez
la estancia. Y fue
entonces que la vio, enfrente del espejo. Retiraba una a una cada
prenda, a la
vez que se miraba. Cambiaba las poses, daba pasos que acompañaban
una música interior que no le estaba dado conocer, pero sí imaginar. La escena
era
perfecta, la ausencia de ropaje descubría una tierna feminidad. Frenó la
tentación
de revelar su presencia. Cerró los ojos, apretó los puños infundiendo
fuerza a su decisión,
de no romper el encanto. Dejar que las musas lo
sostuvieran. Guardar intacto el recuerdo
de esa imagen. Cuando los
abrió nuevamente, la luz ya estaba apagada. Se quedó allí
largo tiempo,
sintiendo su propia respiración y las musas lo
sostuvieron en el silencio
de la noche.
Cuento de Moni Indiveri de Vega
No hay comentarios:
Publicar un comentario