¡Son mi alma, en parte!
¡Son mi carne, en parte!
Aunque toda mi alegría.
Amar y quedarme en ese sentimiento
que llena el alma .
Sentir el dolor de parir, sin estar
pariendo.
Escuchar el grito que inaugura la
vida de ese ser que tiene tanto que ver conmigo, pero que no es mío.
Si hay algo en que doy uno y recibo
cien nuevamente.
Si hay una empresa que no es propia,
pero de la cual me siento sostén invisible.
Si hay una mantilla en la que caliento el cuerpecito de ese nuevo
ser, aún junto a aquél que, para mi corazón, es mi niño o mi niña.
¡Eso es ser lo que soy!
Aprendiendo a callar. Dejando que el camino que inician lo transiten según su saber y entender.
Sin
cruzar el límite que marca dónde comienza la libertad del otro, la
intimidad de esa nueva familia.
Apretar la mano de mi compañero, tan autor de la vida de ellos, como yo. Compartir la experiencia de ser la base de un
abanico que se abre, pleno de colores diferentes. Nuevas identidades que algo nuestro tendrán.
Y el cuerpo que envejece,
rejuveneciéndose, para alojar en el hueco de
sus brazos a la tierna vida que palpita. He de cantarle una canción de
cuna que aprendí en los brazos de mi madre.
Testigos del crecimiento de las familias
de cada uno de nuestros hijos.
La vieja casa llena de nuevas voces.
Preguntas cuyas respuestas están,
pero esperan el momento oportuno para ser dadas.
Y mi cara lamida con el primer beso
de ese ser que me recuerda a otro, mientras mis manos tejen puntadas a la par
que ilusiones. Imágenes del pasado y el futuro, borrando los límites del tiempo
y el espacio.
Moni Indiveri de Vega
del libro “Voces del alma” (Edición Noviembre del 2001)
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