/El trabajo de la madera inundaba el taller. Amaba ese lugar lleno de
recuerdos del pueblito italiano del que procedía mi abuelo. Alimentaba una
parte de mí ser. Me sentía una de las molduras y tallados que dejaron huellas en
sus manos. No sabía muy bien porqué. . ./
de qué se trataría ese despertar
el conocimiento de las propias raíces
un mar que mojaba mis pies
el conocimiento de las propias raíces
un mar que mojaba mis pies
A los veitiun años viajé a Locotorondo. Verde y despareja, con sus truli-truli,
construcción emblemática de techos
cónicos grises y paredes blancas circulares que te hacían recordar que estabas
en La Puglia. Grande fue
la sensación de pertenencia. No sólo al lugar, sino también a las
costumbres y a la lengua.
Eran las fiestas patronales. La personalidad latina desbordaba los contornos físicos. Farolas con luces de colores corrían por las calles donde la música y el canto era algo natural.
Eran las fiestas patronales. La personalidad latina desbordaba los contornos físicos. Farolas con luces de colores corrían por las calles donde la música y el canto era algo natural.
Fue increíble, contenida por brazos en abrazos
nuevos pero reconocidos. El italiano vestido de palabras que podía intentar
repetirlas con facilidad y la escucha se convertía en algo abordable que me
permitía un mejor intercambio. Conocer a tíos y primos que portaban también, no
solo una parte de mi nombre, sino gustos y gestos propios aprehendidos en las costumbres conservadas en
mi querida Mendoza.
Varios días pasamos entre ellos y las colinas
que daban belleza al lugar. La típica mesa, larga, vestida de blanco, sobre la
tierra olorosa a hierbas y el parral brindando su sombra.
Todos los hombres al igual que mi abuelo
Cosme, tenían las manos viejas en relación con sus rostros y espíritu que no
mezquinaban alegría y pensé, soy de aquí tanto como de allá. Algo dentro de mí
se había despertado para no volver a dormirse nunca más.
nutricia placenta
se interna en las prolongaciones
de su orbe
texto de: Moni Indiveri de Vega