Moni Indiveri de Vega
PREFACIOS
BH
Moni
Vega, en su libro “El pez muere dorado”,
-expresión estética de le ética del reconocernos tan humanos como en imagen y
semejanza, expresión de lo divino-, nos propone, en poesía, un recorrido por el
sentido de la vida.
Génesis,
origen del que venimos para preguntarnos hacia dónde vamos, en la pausa de
eternidades del presente donde habitamos.
Dice
en su verso “…sentirme recubierta por el
barro, cuando incliné
toda mi humanidad para reconocer de
qué fui hecha”
De
la prosa de los días, entre la llegada y la partida, se encuentra en la
profunda sabiduría de la autora, una sensibilidad que es tan terrenal como
divina.
Está
inspirada, como todo artista, por un D-s que nos habita, revelando en la letra
que compone música sin melodía.
Así,
puede ser escuchada sólo por quienes saben ver un cielo en un par de ojos, y
alas en los brazos de los abrazos; con el que todos somos recibidos por quien
es Padre, cuya misericordia será plena en la reunión en familia de sus hijos.
Escribe
Moni, con profunda sensibilidad en lo mesiánico “…la humanidad en sus brazos, un estruendo la tierra…”
Así,
su inspirada composición nos permite ver en la oscuridad, haciendo en su
talento, de la noche, día; para abrir los ojos a lo nuevo, que revelado,
reconocemos que ya estaba entre nosotros.
Escribe
“ahora vemos a través de este vidrio
oscuro”.
Y
es allí, donde el titulo manifiesta su sentido.
El
lenguaje críptico deja de ser cifrado y nos muestra el código
poético.
Aquí, es donde “el pez muere dorado”,
aportando, casi en su final, el oro de su principio; que no fenece, sino que
aparece luminoso “aún en ascenso”;
mientras, quienes lo observamos, vemos unir con su vuelo las aguas de abajo,
donde tuvo vida, a las nuevas aguas, que están en el cielo como lluvia en gotas
renacidas.
Moni
Vega comparte en su arte la fórmula secreta de “la alquimia, el dorado trono, lluvia de ángeles, música nunca
escuchada, donde ya no habrá noche, ni la mentira tendrá ningún rincón donde
esconderse”, todo será verdad, la luz, la paz; y será la sal de la vida.
Belleza
que aporta la poesía, cuando ya “en el principio” anticipa “la caída”; y
anunciando un “exilio” del que retornaremos, haciendo en lo que somos “la
humanidad”, que aún nos debemos. Reconociendo el “descenso” en el error de
habernos equivocado, al alejarnos de la fuente de vida a la que retornaremos en
el diálogo, oración que es encuentro. Así, nos elevamos en cuerpo y alma en un
“ascenso”, inspirados por el sentido revelado del profundo significado;
que, ahora sabiendo: “el pez muere
dorado”, comprendemos que la poesía no ha terminado, su lectura es sólo un
comienzo.
Resurrección
de la fórmula dorada, que olvidada en el barro de la tierra, recuperada en la conciencia - que es
nuestro cielo-, nos permite descubrir, una vez más, en su ofrenda hecha poesía,
que el misterio
nunca ha muerto.
Rabino
Sergio Bergman
Si algo ha de decirse antes de que la poesía
(se) diga, parece mejor que tenga una tonalidad de eco, que sea un decir que se
acompasa a un ritmo, se empareja a una cadencia, se dispone a un camino y
comienza a dejar de hablar para que los
encuentros entre el pez que muere dorado y las navegaciones de muchas y
de muchos sucedan.
Las palabras, las frases y las
tramas de este libro, pienso, tienen textura buscadora. No han quedado fijas al
escribirse. Se siguen moviendo. Bailan e invitan a hacerlo. Sugieren. Exploran.
Contagian a hacer esto y aquello.
La poesía regresa a la casa de simbólicas judías y
cristianas, como descubriendo que allí hay mucho espacio; que el Génesis y el
Apocalipsis, y el Evangelista de la
Palabra hecha carne no han hablado como quien ya ha dicho lo
que tenía que decir, sino como quienes se saben habitados por un mensaje cuyo
texto incluye a quienes quieran ser sus destinatarios. Las nuevas incursiones
en el principio, el exilio, la humanidad, el descenso, el ascenso, la muerte
dorada del pez se suman como estrofas al flujo de un inmenso caudal de
expediciones inaugurales, insistentes, cuestionadoras o fascinadas a este
territorio peregrino.
La trama poética
desea silencio pero no callar, desvestirse pero no perder, desembarazarse de
palabras pero no enmudecer. Nombra mujeres que le han dado nombre, con ese
reconocimiento que sólo puede dar el dilatarlas con un verso que las prolonga.
Nombra al que No tiene Nombre con un abanico de colores, testigos,
experiencias, vínculos, plegarias, riesgos y apuestas.
En el principio no sólo hay comienzos.
También: Largos viajes. Esperanza de compañeras y compañeros. Huellas. Marchas
inéditas inventadas en el mismo momento en que los caminos se transitan.
Trayectorias que duran el tiempo que tardan en recorrerse pero que no por eso
han dejado de crear. Inauguraciones a partir de casi cualquier “antes”. Y todos
los senderos que con la poesía estarán en el trance de advenir. “Saldrá el
arco en las nubes . . . Señal de la alianza que hago con todo lo que vive en la
tierra” (Gn 9, 16-17)
Pbro
Dr. Marcelo González
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