viernes, 15 de noviembre de 2013

La casa de la memoria





Hilvano cielos. La marioneta define el pensamiento. Al ras del suelo, el tránsito es desordenado. 
Desarmonizados  no coincidimos en el alcance de las normas, y  por consecuencia, queremos sacarnos los ojos.
Hay que volver a la casa de la memoria. Cantar “el arroz con leche”, aunque esté casada. Buscar lo que me dejé en el patio de baldosas,  blancas y negras.  Regar el jardín para calmar la sed, del verde y las flores. Poder escuchar hasta el estallido de la glicina, cuando revientan sus vainas.
La felicidad de memoria, construyendo caminos  por todos los rincones. A pesar de lo feo, me ayudó a ser, tal como soy. El amor no se daba de a retazos.  Nunca de liquidación las concesiones. Las normas se cumplían y los compromisos también.
El valor de la palabra envuelta en respeto y de rodillas rezar la familia, a los pies de la Virgen.
Jugar en la vereda sin mirar para todos lados. Sólo el miedo al cuco y a las noches de tormenta. La farolera tropezaba, pero no era para tanto. Visitar los abuelos como Caperucita Roja. Sentarse al lado de los ancianos de la casa, allí era adonde se encontraba la sabiduría, contada de la mejor manera. La biblioteca de la casa, muy importante, pero lo que no estaba en los libros, salía de los “cuentos de la boca”. Un solo regalo traían los reyes el seis de enero.
La vida, un hilo, nunca debe cortarse, tampoco lo bueno que da la felicidad y lo necesario para alcanzar el título, de buenas personas. 
¿Sería ésta, la manera de vivir lo nuevo? Conservar las costumbres, pero de otra forma y a otro ritmo.

                  un remolino concentra en su centro 
depende por dónde
haya pasado

quiero subir con él
acostarme en el reflejo no visto
bordarlo como un tapiz
concentrado del hilo
nunca cortado

sea una madeja bien hecha
para tejer lo que pueda abrigar

mi hambre nunca saciado


fotografía y texto de:     Moni Indiveri de Vega 

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