jueves, 24 de marzo de 2016

SENTIR EL LLAMADO



























SER PROFETA

                                                                         A veces se sienten las puntas
                                                                        de los dedos de Jesús

     Estiran y estiran sus brazos para desparramar lo recibido. Quieren reír 
con quienes están contentos y llorar con los que están tristes.
       Sus ojos llenos de luz son capaces de envolver, compartiendo, algo 
que les ha sido dado.
       Se reconocen incapaces de vivir en soledad. Necesitan dilatar el 
entusiasmo que atraviesa la periferia de sus cuerpos. 
       No importa  la edad ni el sexo, ya que la naturalidad con que se
 comunica va de alma a alma.
       Allí no existen barreras que los detengan. Es la chispa que genera
el fuego del encuentro.
       Saben esperar. Son generosos con el tiempo. Lo más importante
es expandir su afán, donde se encuentran involucrados con los demás.

      Llevan de atuendo el coraje indispensable para hacer realidad las
buenas intenciones.
     No les cuesta entregar lo que poseen ni hacen notar las carencias
de los otros.
     Coronados de vigor, arremeten contra los enemigos.
     Las tentaciones se dibujan en sus mentes sin llegar a encarnarse en
los gestos.
     Asumen la posibilidad del fracaso con anticipación, pero la amargura
no será el resultado, sino la fuerza que les dé aliento para volver a empezar.
     A todo esto están llamados. La responsabilidad de ser mensajeros de lo 
alto los ayuda a mirarse objetivamente, a fin de descubrir los talentos 
recibidos y trabajados.
     Luchan con los opuestos de ese manojo de virtudes que se encuentran
sostenidas por la magnanimidad.

     No deben transitar la presunción embarcándose en empresas superiores
a sus posibilidades. Ni tener ambiciones desmedidas, ni procurar honores.
     Tampoco aspirar a la vanagloria, en busca de fama y nombradía, sin tener 
méritos en que apoyarla.
     Tal es su misión.

     La medida de sus acciones debe ser la humildad, para ocupar su propio
lugar. No más, no menos, a fin de llegar a su meta: sentirse las yemas de
esos dedos que tienen tanta misericordia al sustentarnos.


fotografía y texto de Moni Indiveri de Vega

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