miércoles, 2 de abril de 2014

que nos guíe la fe






 fotografía de José Vega

        Estrangulado por  la noche, el paisaje desaparece, pero está. Ni una mínima parte ha perdido su forma.
     ¿Qué oscuridad ha dormido la mente de los hombres? ¿Dónde permanecen las enseñanzas de Aquél que, hasta dio su Vida por nosotros?
       ¿Quiénes dibuja en las mentes palabras de confianza para que los corazones no sean de piedra?
         Si la piedra no se des-hace, imposible mojar lo que permanece en su interior. Sólo talla su periferia el roce del agua en la que nos sumergimos, pero no transforma lo necesario.
          ¿Se puede ver el pensamiento con los ojos? ¿Lo podemos moldear con las manos? Imposible, sin embargo existe.
         No hay hecho, bueno o malo, que no haya anidado en el pensamiento antes de nacer a la luz. Ni se ejecutó obra alguna sin haber sido antes concebida por la inteligencia.
        Todos pedimos justicia, aunque ella no se vea. Sabemos de lo que hablamos cuando clamamos por ella. Pero no hay justicia si no nace primero en las profundidades del ser, si hemos cortado el hilo que nos une con el Supremo Amor que rige nuestras vidas.
          Somos libres de optar, en cada bifurcación del camino. A pesar de no saber a dónde nos lleva cada uno.
        Somos libres para optar, pero sin pedir la luz que viene de lo alto, la elección puede ser la errónea.
         Lo más grande y querido resulta oscuro y silencioso para los sentidos. Dichosos los que han creído sin haber visto, dice el  Evangelio según San Juan 20-29.
      Si no acallamos los sentidos ni nos apartamos un poco de nosotros mismos, jamás seremos creyentes. En ese caso ni siquiera un milagro nos conducirá a la fe.  Nuestros ojos podrán ver algo y las manos podrán palpar alguna cosa; pero el alma quedará prisionera en nuestra propia oscuridad. No podrá ver a ese Alguien.
      Sólo el amor nos lleva a la fe, y la fe al amor, porque ambos nos conducen afuera de nosotros mismos. La razón nos acompaña hasta la puerta, pero no nos puede dar la llave que la vuelva a abrir, cuando se cierre.
          Si deseamos llegar más allá, que nos guíe la Fe.
          Que sólo ella tenga la llave de nuestra casa. (1)

(1)  Se puede leer el cuento CASA TOMADA, de Julio Cortazar para recrear esta meditación.
                                               Moni Indiveri de Vega
                                              (inspirada en un texto de 1968 de Juan Albanese)

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