viernes, 31 de enero de 2014

mi abuelo Cosme
























/El trabajo de la madera inundaba el taller. Amaba ese lugar lleno de recuerdos del pueblito italiano del que procedía mi abuelo.  Alimentaba una parte de mí ser. Me sentía una de las molduras y tallados que dejaron huellas en sus manos. No sabía  muy bien porqué. . ./

de qué se trataría ese despertar
el conocimiento de las propias raíces
un mar que mojaba mis pies

A los veitiun años viajé a Locotorondo. Verde y despareja, con sus truli-truli, construcción  emblemática de techos cónicos grises y paredes blancas circulares que te hacían recordar que estabas en  La Puglia. Grande fue la sensación de pertenencia. No sólo al lugar, sino también a las costumbres y a la lengua. 
Eran las fiestas patronales. La personalidad latina desbordaba los contornos físicos. Farolas con luces de colores corrían por las calles donde la música y el canto era algo natural.
Fue increíble, contenida por brazos en abrazos nuevos pero reconocidos. El italiano vestido de palabras que podía intentar repetirlas con facilidad y la escucha se convertía en algo abordable que me permitía un mejor intercambio. Conocer a tíos y primos que portaban también, no solo una parte de mi nombre, sino gustos y gestos propios  aprehendidos en las costumbres conservadas en mi querida Mendoza.
Varios días pasamos entre ellos y las colinas que daban belleza al lugar. La típica mesa, larga, vestida de blanco, sobre la tierra olorosa a hierbas y el parral brindando su sombra.
Todos los hombres al igual que mi abuelo Cosme, tenían las manos viejas en relación con sus rostros y espíritu que no mezquinaban alegría y pensé, soy de aquí tanto como de allá. Algo dentro de mí se había despertado para no volver a dormirse nunca más.

                                      nutricia placenta
se interna en las prolongaciones
de su orbe    
                                  
texto de:       Moni Indiveri de Vega    
       

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