viernes, 6 de noviembre de 2015

PRÓLOGO


¡Oh llama de amor viva,
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!
Pues ya no eres esquiva,
acaba ya, si quieres;
¡rompe la tela de este dulce encuentro!                         

San Juan de la Cruz, Poesías 3,1


Estas palabras del místico y poeta San Juan de la Cruz pertenecen a la primera canción "que hace el alma" en la obra Llama de Amor Viva. Allí el santo nos explica que "el centro del alma es Dios, al cual cuando ella hubiere llegado según toda la capacidad de su ser y según la fuerza de su operación e inclinación, habrá llegado al último y más profundo centro suyo en Dios".
               
                Llegar al más profundo centro del alma es llegar a Dios; entonces el espíritu suplica: "¡rompe la tela de este dulce encuentro!". La vida es una peregrinación hacia este único destino: el "dulce encuentro". Cuando un viaje a través del cosmos expresa tal búsqueda interior, entonces supera la condición de turismo y se convierte en peregrinación. Los queridos Pepe y Moni Vega, autores de este libro, visitaron como turistas gran parte de nuestra bella Argentina pero ambos, y desde hace tiempo, son peregrinos que buscan ese "profundo centro" donde se encuentran el adentro y el afuera, lo femenino y lo masculino, el ayer y el mañana, lo inmanente y lo trascendente, lo divino y lo humano. Cada hombre y cada mujer tienen su propio "punto cardinal", su "paisaje primordial", su "más profundo centro". Nuestros   autores -consciente o no de ello- buscan con anhelo ese lugar.
                La obra literaria y fotográfica que tenemos en nuestras manos es como una metáfora del viaje que todo ser humano emprende después de la mitad de su vida hacia el encuentro consigo mismo. Se trata de un viaje a lo trascendente, a lo que está más allá de la máscara, de la apariencia, del ego y del rol; es una peregrinación. Superadas las erranzas de la juventud, todo hombre peregrina hacia el sí mismo y hacia la integración de los opuestos: luz y sombra, gozo y dolor, logro y fracaso, palabra y silencio, vida y muerte.

                El "punto cardinal" donde los opuestos se encuentran es el yo integrado, el ser en foco, afinado, pacificado, desposeído, reposado en Dios. En la medida en que coincide consigo mismo, el ser es uno, bueno y bello. La belleza surge cuando se da el encuentro, la aceptación, la integración, y como anhelamos ser nosotros y no otra cosa, nos sentimos atraídos por lo bello.

                Por eso nos duele vivir descentrados y fragmentados en la cultura de la pura exterioridad, tan brillante como oscura, tan atractiva como vacía. Cuando somos cómplices de la vanidad y habitamos espejismos, cuando nos aferramos a la apariencia y renegamos de la verdad, nuestro punto de arribo no puede ser más que la deformación de nosotros mismos. Hemos huido de nuestro "más profundo centro" y perdido nuestra "forma" única y esencial. La superficialidad es enemiga de la belleza y si habitamos nuestra propia periferia, sólo existimos como extranjeros de la luz, exilados de nuestro "punto cardinal".

                Sin embargo vivimos, y porque vivimos, anhelamos la compañía de la belleza. Sin ella no seríamos, y por eso, sin ella no somos. Como dice Dostoïevsky en Los Poseídos, "sin la belleza ¡ya no habría nada que hacer en este mundo!".

                La belleza nos reclama hacia sí misma, pero sólo desde nosotros mismos. No podemos oír sus voces si no escuchamos las nuestras. Abrir este libro es una invitación de sus autores a recorrer con ellos los caminos interiores de sus propias fantasías, sentimientos y creencias para que nos pongamos en contacto con las nuestras. Son los caminos que los han conducido a conocer nuestro país y que hoy se abren a nuestro recorrido. Todos sus rumbos tienden al "punto cardinal", al "profundo centro", al lugar que no queda atrapado por ninguna foto ni encerrado en ninguna frase, pero puede ser ofrecido desde la imagen y sugerido por la palabra. Es el lugar invisible que puede ser contemplado, poblado de sonidos inaudibles que piden ser escuchados. Es el lugar donde Dios habita, habla y crea.

                En épocas donde la belleza suele quedar devaluada y reducida a representación, simulacro y esteticismo, la búsqueda y expresión de lo bello es una tarea interior. Pide intimidad, silencio, mirada, escucha, paciencia. La creación es bella sólo para quien pueda contemplarla y, buscando la forma originaria, la descubra en el ser. La belleza "es", pero "es bella" únicamente para el que mira las cosas dejándose arrebatar por su esplendor.
               
                El hombre de nuestra época -humillado y degradado por la profanación y la negación de su dignidad, asaltado diariamente por la tentación de desesperar del valor de su existencia y renegar de una humanidad que ha olvidado su condición de imagen- necesita testigos de la belleza. Son inútiles los mercachifles de "top-models" y los traficantes de sensaciones. El mundo de hoy necesita encontrar a quienes han visto los destellos y oído los rumores de la belleza y la anuncian con una vida despojada y cautivante. Nos sentimos atraídos por la vida de quienes cumplen  este  "ministerio de lo bello",  mostrándonos que nuestros ojos no ven y contándonos lo que nuestros oídos no oyen. "Muchos quisieron ver lo que ustedes ven y no lo vieron, oír lo que ustedes oyen y no lo oyeron" (san Lucas 10,24).

                La realidad está plena de sentido, pero el mensaje del ser se oculta a quien ya no es capaz de entender la belleza porque, aunque despierto en su cuerpo, está dormido su espíritu. En cambio, cuando el alma vela, la belleza se manifiesta, se escucha y contempla.

                Quienes creemos en Cristo sabemos que "la Palabra se hizo carne". Desde entonces la escucha de la palabra puede convertirse en la contemplación de la forma. Este misterio que conocemos como la "Encarnación de la Palabra" ha sido comparado por los místicos con una unión amorosa: la de Dios con la humanidad. No es casual entonces que en este libro sea un matrimonio el que ofrezca a nuestros ojos y a nuestros oídos la forma y la palabra "desposadas" en una cuidada edición. Nuestro mejor agradecimiento a este regalo será aprender a mirar y contemplar, escuchar y oír. Formas y palabras nos traerán noticias de que existe en nosotros lo que tanto anhelamos: nuestro "punto cardinal", nuestro "más profundo centro", donde la belleza aguarda, Dios espera y el alma goza.

               

Pbro. Lic. Carlos Avellaneda




prólogo del libro PUNTO CARDINAL
del Pbro. Lic. Carlos Avellaneda


¡Oh flame of living love,
that wound with tenderness
my soul, into the deepest centre!
Since you are not distant anymore
make thou an end, if its your wish
¡and break the veil of this sweet encounter!

Saint John of the Cross, Poetry 3,1


This words of Saint John of the Cross, poet and mystic, belong to the first chant called “what does the soul do” in the work Flame of Living Love. There the Saint explains us: “the centre of the soul is God, to whom he will arrive through all the ability of his being and the strength of his acting and inclination. Then he will reach the last and deepest centre of himself in God”.

To reach the deepest centre of the soul is to reach God; then the spirit begs: ¡break the veil of this sweet encounter!”. Life is a pilgrimage to this only destiny: the “sweet encounter”. When a journey through the cosmos expresses such a search to the inside, it surpasses the condition of tourism, becoming a pilgrimage. My dearest Pepe and Moni Vega, the authors of this book, visited, as tourists, large part of our beautiful Argentina, but both of them are pilgrims since a long time, searching for this “deep centre”, where the inside and the outside, the feminine and the masculine, the yesterday and the tomorrow, the immanent and the transcendent, the divine and the human, encounters. All men and all women have their own “cardinal point”, their own “primordial landscape”, their own “deepest centre”. Our authors, conscious or not, are in constant search of this place.
This poetry and photography work we have in our hands, is like a metaphor of the journey every human being begins, after the first half of his life, to find himself. It is a journey to the transcendental, to those things beyond the mask, the appearance, the ego, the role; it is a pilgrimage. Once we overcome the mistakes of youth, every man pilgrims through himself and through the integration of the opposites: light and shadow, joy and sorrow, success and failure, word and silence, life and death.

The “cardinal point” where the opposites meet, is the integrated self, the being in focus, tuned, pacified, dispossessed, restful in God. The being is one, good and beautiful, while he agrees with himself. Beauty arises when there is encounter, acceptance, integration, and because we yearn to be ourselves and nothing else, we feel attracted to beauty.

That´s why it hurts to live divided and out off centre, in a culture based on the outside, so brilliant as dark, so attractive as empty. When we are accomplices of vanity and we inhabit mirages, when we hold on to appearance and renege on truth, our arrival point can´t be better than a deformation of ourselves. We have fled from our “deepest centre” and lost our unique and essential “shape”. Superficiality is the enemy of beauty and if we inhabit our own periphery, we exist just as foreigners of light, exiled of our own “cardinal point”.

Even though we live, and because we live, we yearn for beauty. Without her we could not be, that´s why without her we can not be. As Dostoievsky says in The Possessed: “Without beauty ¡There is nothing else to do in this world!”.

Beauty clamors for us, but only from ourselves. We can´t listen to her voices if we don´t listen to ours. This book is an invitation from the authors, to travel with them through the internal paths of their own fantasies, feelings and beliefs, so we can get in contact with our own ones. These are the roads that have guided them through our country and that get open today for our journey. All their courses lead to the “cardinal point”, to the “deep centre”, to the place that can´t be caught by a photograph or held through a phrase, but it can be offered from the image and insinuated through words. It is the invisible place that can be contemplated, inhabited by inaudible sounds that wish to be listened. It is the place where God inhabits, speaks and creates.

In times where beauty uses to be devaluated and reduced to representation, simulacrum and aestheticism, the search and expression of what is beautiful, is an inside task. It asks for intimacy, silence, watching, listening, patience. Creation is beautiful just for whom is able to contemplate, in order to see and to reveal the original shape inside the being. Beauty “is”, but beauty “is beautiful” just for whom can look at things, surrendered by her splendor.

The man of our time -humiliated and degraded through the profanation and the denial of his dignity, being assaulted daily by the temptation of loosing the faith in his existence, and reneging on a humanity that has forgotten its true image- needs witnesses of the beauty. Peddlers of top models and sensation dealers are useless. The present world needs to find those, who have seen the sparkles and have listened to the buzz of beauty, and announce her through a stripped and captivating life. We feel attracted to the life of people who fulfill this “ministry of beauty”, showing us what our eyes can´t see, and telling us what our ears can´t hear.
“Many wanted to see what you see and they didn´t see it, many wanted to hear what you hear and they didn´t hear it” (Saint Lucas 10, 24).

The reality is full of sense, but the message of the being is hidden to those, who aren´t able to understand the beauty, because even awake in their bodies, their spirits are asleep. However, when the soul guards, beauty reveals herself.

Who, like us, believe in Christ, know that “the Word became flesh”. Since then, the listening of the word can become the contemplation of the shape. This mystery, knows as the “Incarnation of the Word”, has been compared by the mystics with a love encounter between God and humanity. It is not coincidence that in this book, it is a couple that offers, to our eyes and our ears, the shape and the word “engaged” in a careful edition. Our best thanks to this gift will be to learn how to look and to contemplate, how to listen and to hear. Shapes and words will tell us that inside us exists what we are longing for: our “cardinal point”, our “deepest centre”, where beauty awaits, God waits and the soul enjoys.


Pbro. Lic. Carlos Avellaneda

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